No tengo idea quién es Jordi Luque, ni tengo muchas ganas de averiguarlo; puede que sea un muy reconocido y respetado periodista gastronómico, o un pasante que escribe en el equipo de El Comidista a cambio de vales para restaurantes de lujo; no sé, ni importa ya que ni siquiera los expertos están libres de decir estupideces de tanto en tanto, en especial cuando opinan sobre algo que no conocen tanto como esperan hacernos creer. Estupideces como Por muy flamencos que os pongáis, (la cerveza) nunca estará a la altura del vino o los destilados.” ¿A alguien acaso se le ocurriría decir que la carne vacuna es superior a la porcina o de ave? No, por supuesto, y sin embargo, este muchacho está haciendo lo mismo con productos igualmente disímiles (dicho sea de paso, afirmar que la cerveza es superior a los vinos o los destilados es igualmente cretino, y es algo que, debo confesar, super creer en el pasado).
No puedo evitar ver a Luque como uno de esos personajes que habitan una burbuja en donde los vinos como Don Simón o vodkas como el Vikoroff no existen. Un snob convencido de que sus gustos y preferencias equivalen a un parámetro objetivo de calidad y de lo que es correcto y apropiado, de otro modo no podría decir que ”el champán se guarda para las grandes ocasiones y la cerveza sólo es el principio del camino del bebedor. Pero eso es algo que se aprende trago a trago.”
El buen Jordi, que parece no salir demasiado de su burbuja, como buen snob, no es el primero que dice tamaña pavada en un medio español (¿Será amigo de Josep Maria Fonalleras i Codony? ¿Quizás un discípulo?). Me pregunto qué podría pensar de mí si se enterase que recibo al año nuevo con una cerveza nueva y diferente cada año, o que el pasado junio mi esposa y yo celebramos nuestro décimo aniversario de bodas brindando con una Oude Geuze Mariage Parfait añada 2005 que había comprado seis o siete años atrás justamente para la ocasión. Podría seguir con más ejemplos, pero esto no es más que un producto de mis preferencias como consumidor—en general, me gustan más las cervezas que los vinos (y sin embargo el Cava Raventós i Blanc 2003 que acompañó la pasada cena navideña es una de las bebidas más exquisitas que he probado en mi vida).
Y es una lástima, porque esas opiniones basadas en la ignorancia le quitan mérito a lo que dice sobre los “talibanes” de la cerveza artesanal, en donde sí tiene algo de razón (a pesar de él mismo cometer básicamente los pecados que condena).
Es cierto que los intentos de gourmetizar la cerveza suelen ser ridículos. No porque la cerveza sea un producto intrínsecamente indigno, cuya función debería limitarse a la de refresco, sino por lo mal que se hace; a menudo vistiendo de seda a productos ordinarios, en el mejor de los casos, solo con el objetivo de poder justificar precios inflados. Pero vamos, lo mismo sucede con los vinos y muchos otros productos comestibles.
No podemos tampoco negar la existencia de los personajes de los que el autor habla. Los vemos en blogs, foros, redes sociales, bares, festivales, etc. Gente que insiste con la ridiculez del vaso apropiado, la temperatura correcta y el maridaje indicado para cada cerveza. Son los que saben mejor que vos lo que a vos te gusta. Me acuerdo de ese que un festival insistía en que yo no estaba disfrutando la cerveza que claramente estaba disfrutando porque la estaba tomando de un vaso de plástico y no de vidrio. Confieso también haber sido uno de esos idiotas, por suerte me curé y pude mandar a este tipo a cagar, de una manera no diplomática, pero sí bien fundamentada.
Pero bueno, coincido con Jordi Luque, la cerveza, más allá de las etiquetas, es cerveza, al igual que el vino, más allá de las etiquetas, es vino. Todo lo demás son atributos extrínsecos que le asignamos a uno u otro influenciados por el marketing, la tradición, gustos y filosofías propios y la presión social. Lo importante es disfrutar del producto que más placer nos brinde, de la manera que más placer nos brinde, sin juzgar ni romperle las pelotas a aquel que elija de otra manera.
Na Zdraví!
PS: Coincido también con Luque en lo que dice sobre las Lambic (independientemente de si en serio cree o no que el contenido acético de estas no es una característica sino un defecto), no les puedo agarrar el gusto, por un lado, porque me recuerdan demasiado a lagers podridas que he tomado, y por otro, porque me saben mucho a vinagre, que me gusta mucho para aderezar una ensalada, pero no como bebida.
No puedo evitar ver a Luque como uno de esos personajes que habitan una burbuja en donde los vinos como Don Simón o vodkas como el Vikoroff no existen. Un snob convencido de que sus gustos y preferencias equivalen a un parámetro objetivo de calidad y de lo que es correcto y apropiado, de otro modo no podría decir que ”el champán se guarda para las grandes ocasiones y la cerveza sólo es el principio del camino del bebedor. Pero eso es algo que se aprende trago a trago.”
El buen Jordi, que parece no salir demasiado de su burbuja, como buen snob, no es el primero que dice tamaña pavada en un medio español (¿Será amigo de Josep Maria Fonalleras i Codony? ¿Quizás un discípulo?). Me pregunto qué podría pensar de mí si se enterase que recibo al año nuevo con una cerveza nueva y diferente cada año, o que el pasado junio mi esposa y yo celebramos nuestro décimo aniversario de bodas brindando con una Oude Geuze Mariage Parfait añada 2005 que había comprado seis o siete años atrás justamente para la ocasión. Podría seguir con más ejemplos, pero esto no es más que un producto de mis preferencias como consumidor—en general, me gustan más las cervezas que los vinos (y sin embargo el Cava Raventós i Blanc 2003 que acompañó la pasada cena navideña es una de las bebidas más exquisitas que he probado en mi vida).
Y es una lástima, porque esas opiniones basadas en la ignorancia le quitan mérito a lo que dice sobre los “talibanes” de la cerveza artesanal, en donde sí tiene algo de razón (a pesar de él mismo cometer básicamente los pecados que condena).
Es cierto que los intentos de gourmetizar la cerveza suelen ser ridículos. No porque la cerveza sea un producto intrínsecamente indigno, cuya función debería limitarse a la de refresco, sino por lo mal que se hace; a menudo vistiendo de seda a productos ordinarios, en el mejor de los casos, solo con el objetivo de poder justificar precios inflados. Pero vamos, lo mismo sucede con los vinos y muchos otros productos comestibles.
No podemos tampoco negar la existencia de los personajes de los que el autor habla. Los vemos en blogs, foros, redes sociales, bares, festivales, etc. Gente que insiste con la ridiculez del vaso apropiado, la temperatura correcta y el maridaje indicado para cada cerveza. Son los que saben mejor que vos lo que a vos te gusta. Me acuerdo de ese que un festival insistía en que yo no estaba disfrutando la cerveza que claramente estaba disfrutando porque la estaba tomando de un vaso de plástico y no de vidrio. Confieso también haber sido uno de esos idiotas, por suerte me curé y pude mandar a este tipo a cagar, de una manera no diplomática, pero sí bien fundamentada.
Pero bueno, coincido con Jordi Luque, la cerveza, más allá de las etiquetas, es cerveza, al igual que el vino, más allá de las etiquetas, es vino. Todo lo demás son atributos extrínsecos que le asignamos a uno u otro influenciados por el marketing, la tradición, gustos y filosofías propios y la presión social. Lo importante es disfrutar del producto que más placer nos brinde, de la manera que más placer nos brinde, sin juzgar ni romperle las pelotas a aquel que elija de otra manera.
Na Zdraví!
PS: Coincido también con Luque en lo que dice sobre las Lambic (independientemente de si en serio cree o no que el contenido acético de estas no es una característica sino un defecto), no les puedo agarrar el gusto, por un lado, porque me recuerdan demasiado a lagers podridas que he tomado, y por otro, porque me saben mucho a vinagre, que me gusta mucho para aderezar una ensalada, pero no como bebida.
Excelente articulo. De vez en cuando es bueno colocar en su sitio a tanto petulante con aires de erudito o sabelotodo.
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