Hay un tranvía en la parada (I.P. Pavlova, en caso de que te hayas perdido la primera entrega). Lo podría agarrar, pero no soy Bruce Springsteen—no he nacido para correr. Y tampoco hace falta; cualquier tranvía me deja bien.
No tengo que esperar mucho hasta que llega uno, el 22 al centro. Trato de calcular dónde me voy a tener que bajar, pero no estoy del todo seguro si hay una parada entre Karlovo nám. y Národní tř. Sí, hay una. Újezd es entonces mi destino. Ya sé dónde voy a tomar mi siguiente cerveza.
Kampárium era uno de los lugares que quería visitar para la segunda edición de la Guía Cervecera para Borrachines. Al final no fui; no sé por qué—fiaca, probablemente. Ahora tengo una excusa para ver qué onda, y tomar algo de Polička, ya que estamos.
Sin contar el personal, está vacío. Ambos camareros me saludan con una amplia sonrisa cuando entro y bajo la escalera, como si se alegrasen de ver a alguien que los saque de su embole.
No hay lugar para sentarse al bar. Hay bancos en la pared opuesta, pero esos estantes semicirculares (no se los puede llamar mesas) entre ellos pintan espantosamente incómodos. Elijo la mesa más cerca del bar y pido Hradební Tmavé. No tomo esa cerveza desde que Kaaba cerró hace casi dos años, estoy contento de volver a verla. El camarero, por otro lado, no parece estar muy contento de que no quiero nada de comer.
La cerveza tarda en llegar, y la espera no lo vale. Su carácter distintivamente “añejo” podría haber sido valorado por un bebedor de Porter en la Londres del s. XVIII, pero yo soy un bebedor de (más que nada) Lager en la Praga del s. XXI. Debería devolverla, pero no tengo ganas; no está en peor forma que la Gambrinus que tomé en Na Břežance. Voy a enterrar la geta en el libro y tratar de no prestar demasiada atención. (Para ser justos, cabe decir que el vaso fue muy bien lavado y enjuagado).
Estoy tentado a pedir la 15° de Dobruška que también tienen de barril, pero mejor no. No solo tengo miedo de que esté todavía peor que lo que estoy terminando, sino que ya no me quiero quedar acá. Este boliche es tan aburrido como la música que pasan, y tan ligeramente irritante como las flores artificiales que decoran el cielorraso. (En serio, ¿quién decora un techo abovedado con ladrillos a la vista con lotos de plástico? ¿Qué mensaje quieren dar? ¿Que el propietarios es una señora cincuentona, bochinchera, con algunos kilos de más, que lleva anillos dorados en todos sus dedos regordetes y tiene un peinado ridículo?). Pago y me voy, y me siento mejor por no haberme tomado la molestia de venir a Kampárium por el libro.
Újezd es un poco chota. Tiene tres direcciones, las paradas están lejos una de la otra y no hay buena visibilidad. Pero tengo suerte, antes de poder determinar dónde voy a tener que pararme, el 12 viene de Smíchov. Arranco al trote, no me lo quiero perder.
La ruta del 12 cambió hace un par de años, creo. Mejor así, de otro modo me habría tenido que bajar en Čechův Most, y esa parada sí que es una garompa. Ahora me voy a tener que bajar en Chotkový Sady, que tampoco está mucho mejor.
Si el tiempo estuviese más lindo, como para sentarse debajo de un árbol tomando birra en vaso de plástico, me metería in Letná, incluso si rompiese un poco las reglas, pero no lo está y me las voy a tener que arreglar con lo que tengo a mano: un restaurante italiano cuyo nombre no recuerdo o Café Pointa. Elijo el segundo a fuerza de que está más cerca.
Cheto el boliche; casi tan cheto como los parroquianos (que estoy seguro deben ganar en promedio bastante más que yo). Para dejar más en claro que yo no soy el público de este establecimiento, soy el único que está tomando cerveza, pero no es eso lo que en verdad me molesta (en serio, tengo 44 pirulos y tengo toda las dosis de muechupaunhuevadrix al día). Tardo un rato en darme cuenta qué es: las mesas están demasiado amontonadas, previniendo cualquier sensación de intimidad. Puedo oír demasiado claro cada una de las palabras de la conversación de la mesa de al lado, y no porque estén hablando en voz alta. Una de las presentes está hablando de toda la gente que conoce un una Municipalidad. Se que no debería estar escuchando, pero pero es imposible evitarlo.
Tampoco me quedo para una segunda vuelta. La cerveza, Pilsner Urquell, no está mal, pero me parece que la voy a pasar mejor en otro lugar, a pesar de que no sé dónde.
Kampárium
50°4'54.523"N, 14°24'20.932"E
Říční 9 – Praha-Malá Strana
+420 730 629 299 – kamparium@kamparium.cz
Lun-Sáb: 10:30-23, Dom: 11-22
Cafe Pointa
50°5'48.688"N, 14°24'27.105"E
Na valech 2 – Praha-Hradčany
+420 233 321 289 - info@cafepointa.cz
Lun-Vie: 9-22, Sáb-Dom: 9-21:30
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